Las miradas se habían desvanecido, pero el calor de aquel breve foco de atención aún perduraba, haciendo que sus mejillas ardieran mucho después de que el momento hubiera pasado. Cada nueva carcajada del chico salpicaba de arena sus piernas, su toalla e incluso el lomo de su libro, ya húmedo.
Claire se la quitó mecánicamente, con el calor del día sustituido por un malestar arenoso y un dolor sordo en las sienes. El chico había hecho ya varios viajes a la orilla, llenando su pequeño cubo hasta el borde con una mezcla de agua de mar y arena pesada y húmeda.