Después de repetidas advertencias, ya había tenido suficiente: ¡mira cómo el karma detuvo a este chico revoltoso!

El chico ya estaba en su siguiente misión, pisando con los talones una zanja mojada en la arena, cada salpicadura fuerte y deliberada, el ritmo que llevaba directo a los oídos de Claire. Volvió a abrir el libro, pero las palabras se negaban a permanecer en su sitio. Cada risita, cada salpicadura, cada golpe parecía un pinchazo deliberado.

Se quedó inmóvil en la silla, con el peso de la situación en el estómago. No había nada que pudiera decir que hiciera mella. La madre había dejado perfectamente claro que no le interesaba saber nada de ella, y el chico parecía tener más energía que la propia marea.