Habían brotado más sombrillas como setas, las neveras estaban siendo arrastradas a su sitio y las toallas estaban colocadas en los últimos huecos que quedaban. Si se movía ahora, sólo cambiaría una multitud por otra.
De todas formas, el segundo incidente no le permitía ese lujo. El chico había vuelto a cavar, lanzando al aire grandes arcos de arena seca. Sucedió tan rápido que Claire no tuvo tiempo de protegerse; un chorro de granos afilados y tostados por el sol le golpeó las piernas, la camisa y, lo peor de todo, la boca abierta de su termo.