El alivio la golpeó como una tormenta, doblándole las rodillas. Exhaló una risa temblorosa, con la respiración entrecortada. «Sigues acercándote sigilosamente», consiguió decir, con la voz entrecortada por la alegría y los nervios. El oso pardo dio un paso adelante, deliberado pero sin prisa, con la mirada fija en la caja.
Tessa retrocedió, descorrió el pestillo de la puerta del transportín y retrocedió diez metros. El cachorro se agitó, una silueta frágil contra los listones ensombrecidos. Madre e hijo estaban a un latido de reunirse; ella contuvo la respiración, preparada para presenciar el momento en que la esperanza se convirtiera en certeza.