El resto lo donó a nombre de su padre. Sam y Bryan nunca lo supieron. Ella no necesitaba que lo supieran. Habían conseguido lo que querían. Y ella también. Una tarde, mientras regaba la primera hilera de flores silvestres que florecían junto a la valla, pensó en su padre: sus botas resonando en el suelo del granero, su silbido resonando entre las vigas.
Y por primera vez en meses, no le dolió recordarle. Sonrió. «Lo encontré, papá», susurró, quitándose la tierra de las palmas de las manos. «Gracias por todo El viento arreció. El sol se ocultó tras los árboles. Y entre el susurro de las hojas, casi le oyó silbar.