Y allí estaba. Una caja fuerte. Vieja y de acero, cubierta de polvo, pero inconfundiblemente fuera de lugar en este sótano de cosas olvidadas. Estaba empotrada en la pared, y en la parte delantera había tres bocallaves, cada una con una forma ligeramente distinta. Claire cayó de rodillas.
El corazón le retumbaba en los oídos. Le temblaban los dedos cuando introdujo la primera llave en el agujero más grande. Giró con un clic satisfactorio. Introdujo la segunda llave: clic. Luego… nada. Dos menos. Faltaba una.