«Papá me dejó el Jeep», dijo Sam, levantando su vaso. «Todavía funciona, sorprendentemente. Necesita un nuevo motor de arranque, tal vez, pero es una bestia» «De nada», murmuró Claire. «¿Qué?», preguntó, acercándose la oreja. «Nada» Volvió la mirada hacia el granero.
El testamento había sido brutalmente claro: Sam se quedaba con el Jeep y la casa. Bryan se quedaba con el barco y una parte considerable de los ahorros. Claire se quedaba con el granero. Sólo el granero. Nadie discutió. No porque fuera justo, sino porque tenía sentido para ellos. Claire había sido la niña de oro. La niña de papá.