Dentro, las sombras esperaban. Inmóviles. Silenciosas. Y no del todo vacías. Claire respiró hondo, se arremangó y entró. El granero estaba peor de lo que recordaba. Las telarañas colgaban de las vigas como cortinas descoloridas. El polvo lo cubría todo: herramientas, estanterías, una carretilla oxidada volcada de lado.
Las esquinas estaban salpicadas de excrementos de ratón y una de las ventanas se había roto hacia dentro, ensuciando el suelo con cristales y hojas. Claire suspiró. «Vale, papá. Veamos qué me has dejado» Encontró la vieja escoba de empuje detrás de la puerta de alimentación y empezó a barrer, deteniéndose sólo para toser sobre el codo cuando el aire se espesaba.