Se tambaleó hacia atrás tan deprisa que casi resbala en el agujero. Su pecho se agitó, la adrenalina se disparó al darse cuenta de que había pasado diez años trabajando en el jardín, cortando el césped y caminando por encima de explosivos vivos. Aquel pensamiento le dejó sin aliento. ¿Cuántos veranos había pasado con el peligro a centímetros bajo sus pies?
Las granadas parecían antiguas pero intactas, sus carcasas curvadas opacas por el paso del tiempo pero ominosamente completas. Walter sintió que le invadía una oleada de vértigo. No se trataba de chatarra olvidada ni de escombros inofensivos. Se trataba de material de guerra capaz de devastar, que yacía en silenciosa hibernación bajo su jardín.