Un hombre hereda una finca: ¡lo que encuentra enterrado en el jardín trasero le deja atónito!

Luego estaba el ala este cerrada. Llevaba décadas sin abrirse y nadie sabía exactamente lo que contenía. Las habitaciones que había allí eran en su mayoría las que pertenecían a la difunta tía de Andrew, pero, sellada como estaba, nadie, ni siquiera el conserje, había puesto un pie en su interior en años. Al menos eso, sabía Andrew, podría hacer que lo abrieran pronto.

La escritura de la finca no le sirvió de consuelo. La hojeó ociosamente al principio, sólo para fruncir el ceño. La palabra «jardín» se repetía con una frecuencia inusitada, mucho más allá de lo necesario. ¿Por qué enfatizarla tanto? La redacción parecía deliberada, fuera de ritmo, casi como una adivinanza disfrazada de acertijo legal.