Más abajo, Andrew descubrió un diario, con el cuero blando y agrietado. La letra era delicada, inconfundiblemente femenina. Era de su tía. Leyó pasajes de ternura: conocer a Henry durante las largas noches en Bletchley, enamorarse entre enigmas crípticos y confidencias susurradas, y su apresurado matrimonio antes del final de la guerra.
Pero el diario también se oscureció. Las páginas se llenaron de miedo ante las misiones que Henry emprendía en el extranjero, viajes que no podía explicar. Ella escribía sobre noches solitarias, sobre esperas junto a la ventana, sobre un temor cada vez que él regresaba alterado, más frío, más vigilante. El amor permanecía, pero ensombrecido por secretos que ella no podía comprender del todo.