Se sentó frente a él, con un vaso de whisky en la mano, y observó cómo la luz de la chimenea parpadeaba contra la madera maltratada. Se imaginó a Henry sentado aquí también, custodiándolo noche tras noche, sin atreverse nunca a abrirlo él mismo. Tal vez se la había dejado a Andrew no para que heredara riquezas, sino para que heredara silencio.
Pero Andrew no estaba hecho para el silencio. El cofre le consumía, abrasándole cada pensamiento. Se inclinó hacia delante, trazando las tenues iniciales grabadas en la tapa. La mano de su tío, inconfundible. Fuera lo que fuese lo que había dentro, Henry había querido conservarlo. Andrew apretó con más fuerza la palanca y susurró: «Muy bien, tío. Veamos tu verdad»