El agotamiento le obligó a detenerse. Dejó el arcón en el pasillo, prometiéndose a sí mismo que mañana terminaría. Esa noche, el sueño le atormentó. Soñó con pasillos llenos de puertas cerradas, cada una marcada con las iniciales de su tío. Una puerta sonó violentamente y se despertó antes de que se abriera de golpe.
La luz del sol matutino reveló el cofre exactamente donde lo había dejado. El alivio y el temor se mezclaron en su pecho. Lo arrastró hasta el estudio y lo colocó cerca de la chimenea, donde los libros de Henry seguían alineados en las estanterías. El baúl parecía pertenecer a este lugar, como si volviera al sitio que le correspondía.