Andrew salió de la fosa y se quedó mirando su trabajo. El suelo se burlaba de él con su vacío. Tal vez la señora Linton tenía razón y él estaba persiguiendo sombras. Las repeticiones de la escritura podían no ser más que caprichos de la redacción. Se limpió el barro de las manos, intentando tragarse la decepción.
Sin embargo, la duda se convirtió rápidamente en sospecha. ¿Y si Enrique había querido engañar? O peor aún, ¿y si alguien ya había encontrado el escondite años antes? Se imaginó a unos ladrones abriendo un cofre del tesoro por la noche, robando cualquier secreto que contuviera, sin dejar tras de sí más que suciedad para atormentarle.