Kayla abrió la puerta principal tan silenciosamente como pudo y salió al porche sin mirar atrás. Las piernas le flaqueaban mientras cargaba con Tommy por el camino de entrada y se adentraba en el aire fresco de la tarde. Kayla no supo cuánto tiempo permaneció de pie en el camino de entrada, abrazada a Tommy mientras los segundos transcurrían con dolorosa lentitud.
Cada sonido la hacía sobresaltarse: un coche que pasaba, el ladrido de un perro, el viento que rozaba las ramas. No dejaba de mirar hacia la puerta, aterrorizada de ver a alguien salir de ella. Por fin, dos patrullas de policía entraron en la calle, con las luces encendidas pero las sirenas apagadas.