A Kayla se le cayó el estómago. No eran los crujidos aleatorios de una casa vieja. No eran los pasos ligeros de Tommy. No eran el sonido de nada cayéndose. Eran intencionados, como si alguien se moviera con cuidado de un lugar a otro, deteniéndose, escuchando, ajustándose. El pulso le latía tan fuerte que casi no podía oír la siguiente pisada. Casi. Ya era suficiente.
Cogió el teléfono con manos temblorosas y marcó el número de Mark antes de que pudiera disuadirse. Mark contestó al primer timbrazo. «¿Mark?», susurró, con la voz entrecortada. «Hay alguien arriba otra vez. He oído pasos, pasos de verdad. No me lo estoy imaginando, lo juro» Hubo una pequeña pausa. No fue confusión. Ni incredulidad. Algo más pesado.