Contuvo la respiración, escuchando. No siguió nada. Ni pasos. Ni voces. Sólo silencio. Exhaló lentamente, convenciéndose de que era la casa la que se estaba asentando, y se dirigió hacia la despensa, para detenerse en seco. La puerta trasera estaba abierta. Apenas un centímetro, pero abierta. Una fina brisa agitó la cortina que había junto a ella. A Kayla se le aceleró el pulso. No había tocado esa puerta. Estaba segura.
Su mirada se desvió de nuevo hacia el hueco de la escalera, y el débil sonido que había oído se repitió de repente en su mente. Su voz sonó débil y tentativa cuando gritó: «¿Hola? ¿Mark? ¿Sabrina?» No hubo respuesta. No se movió el suelo. Sólo un silencio que se espesaba a su alrededor.