Cuando los primeros rayos de luz atravesaron por fin la oscuridad de la cámara, la incredulidad se apoderó de la multitud. En su interior descansaba un Chevrolet Vega amarillo brillante de 1975, todavía con sus neumáticos originales y sólo los kilómetros recorridos desde el concesionario hasta el depósito en el cuentakilómetros. A los entusiastas de los coches no se les escapó la ironía. En los años setenta, el Vega era famoso por su escasa calidad de fabricación, y circulaban chistes de que podía oxidarse con sólo mencionarlo en un folleto. Sin embargo, este Vega en particular apareció en condiciones casi perfectas. Excepto por un poco de óxido superficial en el capó y un volante chamuscado por el calor, por lo demás está sorprendentemente inmaculado, algo que hará que a los coleccionistas les tiemblen las piernas.
Y las sorpresas no acabaron ahí. Aparcada junto al Chevy había una flamante motocicleta Kawasaki, otra reliquia intacta de la época. Pero el verdadero tesoro residía en los miles de objetos personales que Davisson animó a los residentes de Seward a aportar. Se recuperaron más de cinco mil cartas, paquetes y recuerdos. A pesar de algunos daños causados por el moho, aproximadamente el ochenta por ciento de los objetos se conservaban perfectamente. Las familias abrieron notas manuscritas de seres queridos desaparecidos hace tiempo y escucharon cintas de casete que contenían voces que no se habían oído en décadas. Para muchos, fue como una ventana abierta al pasado, una experiencia profundamente emotiva que hizo llorar a la multitud.