Es la peor pesadilla de todo aficionado a las cápsulas del tiempo: enterrar algo hermoso para las generaciones futuras, sólo para abrir la cámara acorazada décadas después y no encontrar más que óxido y decepción. Pero en la pequeña ciudad estadounidense de Seward ocurrió todo lo contrario. Cuando una enorme cámara de hormigón se abrió por fin después de medio siglo, los residentes fueron testigos de un pequeño milagro: una pieza de la historia del automóvil perfectamente conservada.
La bóveda fue la obra de toda una vida del excéntrico empresario local Harold Davisson. En 1975, decidido a mostrar a sus nietos «cómo era la vida entonces», decidió que una caja de zapatos en el patio trasero no era suficiente. En su lugar, construyó una enorme cámara subterránea de 45 toneladas de hormigón armado, y se atribuyó con orgullo el título de la mayor cápsula del tiempo del mundo. El viernes pasado, exactamente en la fecha prevista, su hija Trish abrió la cámara con maquinaria pesada mientras cientos de espectadores contenían la respiración. ¿Habían destruido las aguas subterráneas el sueño de Harold, o había resistido su brillantez ingenieril la prueba del tiempo?