Con el tiempo, la percepción de los aldeanos cambió. Los mismos que antes le ridiculizaban ahora le pedían disculpas. Él las aceptó con serenidad. No buscó venganza, sino que compartió su historia para inspirar comprensión y humildad en los demás.
Rohan acabó encontrando el amor con Padma, una amable maestra de escuela que admiraba su resistencia. Juntos volvieron a la tierra, labraron el suelo y construyeron un futuro basado en la sencillez. El mundo podría considerarlo extraordinario, pero para Rohan la alegría estaba en la vida cotidiana.
En cada semilla que plantaba, veía ecos de su historia: vida enterrada, crecimiento inesperado y resistencia para florecer a pesar de todo. Su vida había cambiado por un giro surrealista, pero no le había roto. Le había hecho completo.
Y cuando el sol se ponía sobre sus campos cada atardecer, Rohan se mantenía erguido, ya no definido por el misterio que llevaba dentro, sino por la fuerza que siempre había llevado consigo.