La demencia se asocia a menudo con fallos de memoria, pérdida de llaves u olvido de nombres. Pero, en realidad, los primeros indicios pueden ser mucho más sutiles y no siempre estar relacionados con la memoria. Estos cambios tempranos son fáciles de pasar por alto, especialmente para las personas más cercanas a la persona que los experimenta.
Los familiares y amigos suelen percibir que «algo es distinto» mucho antes de que surja un problema claro. Notan pequeños cambios que no encajan con la forma habitual de hacer las cosas. Estos momentos pueden ser confusos, fáciles de descartar o atribuirse al estrés, el envejecimiento o una simple distracción.
Dado que la demencia afecta a millones de personas al año, es comprensible que muchos se pregunten cuándo acaba un lapsus inofensivo y empieza una verdadera señal de alarma. La línea divisoria no suele trazarla un síntoma dramático, sino un cambio gradual a lo largo del tiempo, y eso es precisamente lo que dificulta el reconocimiento precoz.